sábado, 19 de noviembre de 2016

El fluir del Mandala

Mandalas de Arena


Una de las prácticas más impactantes del trabajo con los Mandalas es la que realizan los monjes Budistas del Tibet (Khil-Khor, palabra tibetana para mandala que literalmente significa “el centro y los alrededores”, y que en ocasiones se traduce también como “círculo sagrado”)

Los Mandalas de Arena son una tradición budista tibetana que simboliza la transición natural de las cosas. En general, todos los mandalas tienen significados externos, internos y secretos: en el exterior representan el mundo en su forma divina; en el interior, un mapa mediante el cual la mente ordinaria puede transformarse en la experiencia de la iluminación; y en el aspecto secreto muestran el perfecto balance primordial de las energías sutiles del cuerpo y la dimensión de la clara luz de la mente. Se dice que la creación de un mandala de arena purifica en estos tres niveles.

Los mandalas están hechos con arena de colores, antiguamente para la preparación de los polvos se utilizaban piedras semi-preciosas, se utilizaba el lapislázuli para el azul, los rubíes para el rojo, esmeraldas para el verde, etc. En la actualidad se preparan con polvo de mármol teñido y en ocasiones con fina arena blanca de playa. 


Para realizar los mandalas con la arena, se emplea un cono de cobre llamado chang-bu, el cual tiene ranuras en uno de sus lados y con una varita delgada de cobre se frota suavemente para que la arena salga finamente debido a la vibración. Esto permite crear dibujos pequeños, precisos, delicados, dejando unos detalles increíbles y hermosos.

El inicio se da colocando la arena desde el centro hacia el exterior, simbolizando que al nacer sólo somos una gota de esperma y un óvulo, y vamos evolucionando hasta que el universo entero se percibe a través de los sentidos. Cuando el mandala está terminado y llega el momento de desmantelarlo, la arena se recoge de las orillas hacia el centro, representando cómo al morir regresamos de nuevo a la fuente primordial en el centro de nuestro corazón, además les ayuda a practicar el desapego y a “no codiciar el resultado de sus actos”.

Cuando la construcción de un mandala de arena se termina, se agradece, se hace una dedicación para la sanación del planeta y sus habitantes, y al finalizar se recoge la arena cumpliendo con dos propósitos fundamentales: primero, demostrar la impermanencia de los fenómenos (tarde o temprano todo se termina y el apegarnos a lo efímero sólo nos trae sufrimiento); el segundo propósito beneficiar a los demás con nuestros actos y por esa razón se reparte una parte de la arena entre quienes presenciaron la ceremonia a manera de bendición, mientras que otra parte de la arena se deposita en un recipiente para transportar la arena para entregarla a un río, lago o mar, con la intención de purificar el ambiente y a sus habitantes, y llevar esa bendición a todos los rincones de la tierra.

Es un proceso hermoso y lleno de profundidad.


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