martes, 10 de junio de 2014

Natalia Lewitan

"Alguna vez te han dicho lo que debías ser y les creíste. ¿Quién susurró en tus oídos, dulce ser, palabras que encierran y condicionan? Ocultaste dentro de ti todo lo que ahora buscas afuera y no encuentras, sepultaste uno a uno tus sueños sin saberlo, llenaste de ruido instantes preciados, los que solo en la intimidad del silencio te permiten Ser y como consecuencia, te alejaste de tu luz; piel pálida que añora calor aunque a simple vista seas igual que el resto. El 7 de noviembre de algún año perdido en el calendario del tiempo, un grito resonó en medio del desierto de tus días, cuando te cansaste de aparentar. Una a una las murallas fueron cayendo frente a tus pies y lloraste tanto, que tus ojos entrecerrados al fin pudieron observar lo verdadero, lo que siempre estuvo. Entonces, cuando tu boca cesó de emitir gemidos de angustia y tristezas pasadas, las heridas empezaron a sanar. Los latidos de tu corazón resonaron con fuerza, ecos de vida, vida intensa, vida que quiere vivir. Frente al espejo te reconociste, luces y sombras que componen una maravillosa esencia, enseñándote que lo único que en verdad posees y te pertenece, son tus convicciones y el aire que fluye por tus pulmones, solo eso. Entonces, comenzaste a despertar, a estirar los músculos entumecidos, a perdonar, perdonarte. Amar, amarte. Cuando tu hogar está en tu corazón, siempre puedes volver a casa y yo, ya estoy volviendo…"

Natalia Lewitan

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