lunes, 22 de noviembre de 2010

Soberanía en las alas

Con motivo del Día que recuerda el combate de la Vuelta de Obligado recuperamos un aporte distinto sobre un concepto amplio de soberanía, destinado a lectores adolescentes
La soberanía está latiendo, palpable a nuestros ojos, en el vuelo de una mariposa.
Esto que te digo no es un cuento. La soberanía así, con mayúsculas si vos querés, está en una mariposa, no hay vueltas.
O, mejor, sí hay vueltas, porque esta mariposa que te digo es bastante vueltera. Me río de verla como la vi hace poco multiplicada en miles, en un bajo del palmar.
Yo no lo sabía. Ataba la soberanía a las cadenas tendidas en el Paraná para estorbarle el paso a la flota de invasores ingleses y franceses que buscaban, típico de imperialistas de ayer y hoy, usurpar nuestras aguas, nuestros países; y anudaba la soberanía a las Islas Malvinas que siguen ocupadas por los conquistadores y no será para siempre, obvio.
No sé si te has detenido en el mar propio que se están haciendo estos sinvergüenzas en nuestro sur latinoamericano. Europeos y estadounidense se encuentran, claro, por la tonada, en esto de la colonia por los siglos de los siglos.
A veces pienso que con la excusa de defender nuestra soberanía, las autoridades nos esconden el mapa que los poderosos del orbe están imponiendo, un mapa que lastima por prepotente, y eso del mapa nuestro, como el diario de Yrigoyen, funciona de opio.
Es obvio también que en la Vuelta de Obligado la soberanía está, y está en Malvinas, y en nuestros hermanos ametrallados en batalla desigual por los gendarmes del planeta, muertos sólo por defender riquezas que son de la América Criolla como le llamaba a nuestra América Marcelino Román (no sé si lo tenés: “más que el oro y el acero es el barro popular”). Este año cumple un siglo Marcelino *, dicho sea, y desde su concepto americanista me parece ver en las Malvinas ese punto de encuentro latinoamericano multicultural, el más bello y contagioso y desafiante.

Primero, un plato para todos
Si verdaderamente hablamos de soberanía, la primera y más abarcadora y honda que se nos presenta es la soberanía alimentaria, un concepto motivador y revolucionario.
Sobre la soberanía alimentaria bien podría pivotear toda esta charla, y más estrictamente sobre los apuntes de Vía Campesina. Hay que releerlos: derecho de acceso a los alimentos, no a cualquier alimento, no elaborado por cualquiera, no en cualquier estructura económica…
El asunto es pues la soberanía y permitime que vuelva a esa alternativa que te comenté: si esa soberanía nos reclama, si nos interpelan las cadenas que tendimos en la Vuelta de Obligado hace siglo y medio y me quedo corto, ¿por qué no empezar por nuestra compañerita de al lado, la más linda y ninguneada, la más simpática y perseguida, la mariposa esa que te decía, que alguien bautizó “bandera argentina”?
Ella tiene la soberanía en sus alas que son el alma, con eslabones que tintinean al aire (imagino, bah), y por eso el científico le dio un nombre que a primer oído te va a sonar raro: morpho catenarius.
¡Pero claro! ¿No están acaso las cadenas trenzadas en nuestra resistencia, las cadenas rotas en nuestro espíritu? Si hasta el Himno nos invita a escuchar el ruido de rotas…
La bandera argentina, la mariposita blanquiplateada, digo, se pintó los eslabones para siempre, ¡mirá todo lo que nos dice en un dibujo!
Las banderas (hay que verlas), hacen colonia en algunos montecitos, desovan sólo en los coronillos y un par de especies más. Allí se ven los racimos rojinegros de larvas que por esos misterios de la naturaleza echarán alas. Víctimas como tantos del ataque a la biodiversidad por esa mezcla inhumana de consumismo y uniformidad… fijate si no tengo razón: por cada coronillo talado arriamos mil banderas argentinas.
Con cada compañerita que dejamos pasar, así se nos va en hilachitas la soberanía. A esa soberanía cercana, me refiero, la que depende más de nosotros, de nuestros amores, y que no nos pide misiles ni depósitos bancarios sino eso: amor.
Millones paseaban este verano por El Palmar, ¡y yo que creía que la panambí morotí (mariposa blanca, en nuestro idioma guaraní), se iba extinguiendo! ¡Qué alentador, la verdad!
Dejo pues la mariposa, sabiendo que me dejo un poco, porque ya alguien se soñó mariposa, o porque ya una mariposa se soñó alguien… Nunca relacioné, fijate vos, el cuento de Chuang Tse con las flores vivas, que eran las mariposas en la cosmovisión de nuestros pueblos originarios americanos.

Mis sobras a tu arroyo
Verás que hablo de la soberanía de tenerse a uno mismo en el mundo, de no depender de la mirada del otro, del chisme; de no embarullarse con ruidos. Esa soberanía impalpable que no da fama ni éxito ni chapa alguna (encantos de hoy) sino alimentos sanos y quietud y silencio. ¿Cuánta soberanía podríamos abonarnos sin derramar una gota de sangre? Pensemos, por caso, en el arte, en el conocimiento, en el reparto de la tierra de una buena vez, ¡en el trabajo digno! Pensemos en el misterio que nos legaron los alfareros de las orillas, moldeados en este suelo.
Los argentinos hemos perdido soberanía por todos los flancos. En el barrio diríamos que hacemos agua. (Admitamos de paso que también en materia de soberanía sobre el agua, hacemos agua).
Se nota bien en Paraná, por caso, donde los más infelices, los marginales digamos, duermen y despiertan sobre las cochinadas que les vuelca el mundo consumista (no ellos, que consumen nada) en los arroyitos, y donde las calles están asaltadas por la prepotencia del automovilista.
Hacemos agua. Si de tenernos se trata, no nos tenemos.
No hay otro plan que no sea el que dicta el mercado, el consumo, y la soberanía ausente. Se nota en el país donde las grandes decisiones, el pago de miles de millones de dólares en deuda fraudulenta por caso, son tomadas no por la democracia sino por la oligarquía, o la plutocracia.
Decir soberanía hoy es exigir la erradicación de la desnutrición, es combatir con todas las armas la muerte en las rutas que el poder subestima y esconde; es no claudicar frente al flagelo de la adicción a las drogas que mina a nuestra juventud, es sacar del hacinamiento a los marginales amontonados en los barrios precarios. La soberanía está pues en las antípodas, como se puede apreciar, de las políticas gubernamentales marcadas por la connivencia de poderosos empresarios y políticos.
Y está en valorar las estructuras económicas de tipo solidario que están en nuestra génesis social y en las antípodas del monopolio, de la economía concentrada, y en garantizar la sustentabilidad, palabra amable y “futurista” si las hay.
Pero veamos también la soberanía en una milonga, en un candombe, y con el mismo entusiasmo en ambas orillas del río Uruguay porque la soberanía de los argentinos y de los orientales es la misma soberanía, nada importante nos separa. La soberanía se comparte entre hermanos, y tiene como norte el desarrollo social con oportunidad para todos. Orgullosos como estamos del Aconcagua, con gusto debiéramos decir que lo compartimos con los chilenos, y que compartimos el Chaco con el Paraguay, y la pampa toda con América Latina, y que entre el jujeño y el chapaco no hay un matiz siquiera de diferencia que valga un límite, ¿cuánta felicidad posible nos mezquinamos, mezquinando soberanía?

Cuatro zapallos
Nosotros estamos usando la tierra que antes habitaron los alfareros orilleros que nos legaron unas obras de arte plenas de identidad, con sus loros modelados en arcillas, con sus líneas incisas en una cerámica elaborada con restos de otra, que a su vez fue modelada con restos de otra, como quien transmitiera a la materia el espíritu de una civilización que construye su porvenir y no desecha sus raíces.
Esos pueblos que se desarrollaron en las costas del Paraná y en las del Río Negro, están en la base de los argentinos y de los orientales sin distinción, ¿te has preguntado por qué caracho tenemos un límite que nos divide, y si ese límite fue resuelto por nosotros, por el pueblo, o impuesto por los de afuera? ¿Te has preguntado si en los grandes asuntos, o en los pequeños, vos también tenés algo para conocer, algo para decir?
“Estamos usando la tierra”, dijimos un párrafo arriba. ¿Pero no es hora de poner en valor la soberanía, quitarla del bronce, y ver si los Soros, los Benetton, los Grobocopatel, por decir, tienen derecho a tanto cuando en el barrio, aquí mismo, María, Juan, están sin media hectárea donde cultivar cuatro zapallos para encamarse en paz, a la hora que les plazca, sabiendo que podrán criar a sus hijos?
Como vemos, la soberanía es cosa seria y hay quienes no quieren hablar de ella para no despertar Malvinas, y los hay que prefieren ignorarla para no decir reforma agraria, revolución impositiva; para que no los incomodemos con el derecho del pueblo a hacerse expectativas, sabiendo quiénes deben ser los más privilegiados, según el mandato de ese jefe político que no ha tenido igual.
Vivir se vive con el prójimo. Erosionar la vida que nos acompaña y nos contiene, serruchar la rama donde el otro hace su nido, eso sí que es abominar de nuestro pasado y de nuestro entorno, eso es desdibujarnos el porvenir.

Nuestras flores vivas
Abrir los ojos, sacarnos las mochilas de los prejuicios, algo así como “desmochilarnos”; operarnos de uniformidad, educarnos en el conocimiento universal y en nuestro entorno; abortarnos la estandarización, poner la vida en valor, darles un lugar a nuestras hijas, nuestros hijos, crearles la oportunidad de un techo; dejar andar el arte que no tiene fronteras ni dueños, advertidos de las garras de la rapiña: sería un modo de encarar la soberanía estilo siglo XXI.
Y si es acá, mejor entonces hacerlo con fondo de cielito, o al ritmo de la batucada, o bañados en la sonrisa de Raúl Barbosa sobre el acordeón, este 20 de Noviembre, orgullosos ante el imperialismo, hincados ante el paraguayo que aún espera calladito nuestro arrepentimiento como tantas víctimas de nuestros abusos; y sostenidos en una banda roja porque esa banda roja nos está inoculando autonomía, independencia, oportunidades para todos, dignidad, identidad sin chauvinismos; esa banda roja nos habla del indio, del negro, del gaucho, de la tierra para el que la trabaja, en fin, de José Artigas.
Soberanía, entonces, en el alma, la naturaleza, el arte y la cultura toda; en la desocupación para nadie, en el territorio, las relaciones con el prójimo, la política, la organización solidaria generalmente anónima, que no SA.
Soberanía en la serenidad para advertir que Monsanto, Cargill, ALL, Carrefour, Wal Mart, forestales varias, petroleras, mineras, banca usurera, corrupción, pool, autocracia, monocultivo, concentración de poder y riquezas, son a la soberanía nuestra americana lo que el Roundup al jardín de nuestras flores vivas, las banderas que te decía.

*Parte de esta columna fue publicada por el autor en la revista Barriletes en noviembre de 2008, y ese año se cumplía el centenario del nacimiento de Marcelino Román y de Atahualpa Yupanqui.

Fuente: www.edimpresa.unoentrerios.com.ar

No hay comentarios:

Publicar un comentario